Pensamiento mundano. Los católicos debemos tener mucho cuidado que, con el trajinar de la vida y la precipitación de los acontecimientos, no se nos p

Pensamiento mundano.

Los católicos debemos tener mucho cuidado que, con el trajinar de la vida y la precipitación de los acontecimientos, no se nos pegue el espíritu del mundo, es decir, que no nos volvamos de cristianos en mundanos. Porque hoy más que nunca este mundo está en poder de Satanás, y la seducción de las riquezas, la pompa y todos los atractivos que propone el mundo para sus adeptos, pueden seducirnos y hacernos desviar del buen camino.

Una mentalidad mundana, o más aún, satánica, está entrando incluso en ambientes católicos, hasta escuelas católicas y hasta obispos y sacerdotes “católicos” piensan y obran de un modo no católico. Que no nos suceda esto también a nosotros, porque la tentación en estos días es muy grande, y sin darnos cuenta nos vamos contaminando con el espíritu del mundo, con sus máximas y valores, y de esa manera traicionamos a Cristo, traicionamos el Cristianismo.

Los cristianos tenemos que vivir en el mundo pero sin ser del mundo. Dios no nos pide, al menos no a todos, que salgamos del mundo, que nos hagamos religiosos, sino que renovemos el mundo con nuestra forma de actuar, con la palabra y con el ejemplo. Debemos ser fermento en la masa, pero nuestra forma de vida y actuar tiene que diferenciarse del resto de los hombres que no conocen la Verdad.

Estemos atentos a estas cosas, que a veces son muy sutiles, pero que terminan por inficionarnos de tal manera que ya Cristo no nos reconoce como sus soldados y fieles.

Buenas compañías

Del Catecismo de la Iglesia Católica.

589 Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15, 22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6-26).

Comentario:

Jesús era Jesús, era Dios, y por eso podía comer con pecadores sin volverse Él mismo un pecador. No hagamos lo mismo nosotros, porque comparados con Jesús somos menos que nada, y si a la maldad de los pecadores se suma nuestra maldad interior y nuestras tendencias a pecar, estamos listos, porque en lugar de convertir a los pecadores, terminaremos siendo “convertidos” por ellos. Esto vaya para aquellos predicadores que siempre dicen que hay que juntarse con todos, que no hay que discriminar, que Jesús comía con los pecadores, etc., etc. Pero Jesús era Jesús, y nosotros somos débiles. Es mejor frecuentar a personas virtuosas, si bien no debemos despreciar a ninguno. Pero los tiempos son tan malos y cuesta tanto vivir en la virtud, que será mejor para nosotros huir de los pecadores, rezando más bien por ellos, pero no participando de sus reuniones. Claro que habrá excepciones para quienes se crean bien preparados para evangelizar. Pero tampoco hay que pretender ir a evangelizar a una discoteca, porque los “evangelizados” seremos nosotros.

Los tiempos son muy malos y tenemos que cuidar la gracia santificante a toda costa. “¡Morir antes que pecar!” decían los santos. Y también debemos decirlo, y cumplirlo, nosotros. Así que si tenemos que cortar con el mundo y con los pecadores, hagámoslo sin miramientos, porque como dice el dicho popular: “Alma por alma, salvo la mía”.

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