Desde su primer aliento, Elizabeth Sánchez probó ser una luchadora aferrándose a la vida. Su nacimiento estuvo acompañado de complicaciones inimaginables. Durante el parto, sufrió una broncoaspiración de meconio que le causó tres paros cardiaco-respiratorios. Cuando los médicos hacían lo posible por salvarle la vida, el hospital experimentó un apagón eléctrico. Sin electricidad, los servicios del hospital quedaron inhabilitados y los médicos decidieron trasladarla con urgencia a un hospital de especialidades neonatales en otra ciudad. La tormenta del siglo azotaba el Caribe con su furor, y ahora Elizabeth no sólo peleaba contra su incapacidad de respirar, sino contra la madre naturaleza. Se apresuraron para conectarla a una máquina de ventilación pulmonar y entró en estado de coma por 28 días.
Los médicos la entregaron a sus padres en estado vegetativo sin ninguna esperanza de vida y un futuro incierto. Nunca sería una niña normal. Sus padres se aferraron a las promesas de Dios. Cuando todo estaba perdido sólo la fe de ellos quedaba en pie.
A partir de ese momento se desencadenó una secuencia de milagros que se tradujeron en la recuperación paulatina de la salud de Elizabeth. En colaboración con los médicos, sus padres crearon ejercicios de estimulación cerebral, uno de los cuales consistía en ponerla a escuchar música clásica por 24 horas los 7 días de la semana.
Descubrió su pasión por el canto a una temprana edad, mientras aprendía a enfrentar su discapacidad intelectual – diagnóstico oficial – y desarrollaba un espíritu noble y lleno de gracia.