Hay puentes que nunca fueron construidos y otros que no debiesen serlo. Entre los primeros se cuenta el puente de Messina, y entre los segundos el de Chacao. En Italia triunfó la razón,mientras que en Chiloé las vicisitudes financieras comenzaron antes de poner la primera piedra. Camilo Navarro pone en perspectiva las necesidades reales y urgentes, y un negocio que no se sabe muy bien a quien beneficia.

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Hay puentes que caen antes de la primera piedra


Escribe Camilo Navarro Oyarzún


Tan antigua como la batalla de quién la tiene más grande o quién mea más lejos, las aventuras arquitectónicas tienen en los grandes colosos su propio fetiche. Edificios gigantes y largos puentes que aspiran a ser la octava maravilla del mundo parecen esfuerzos por compensar la baja capacidad de las élites para ser recordadas por obras más sustantivas o edificantes.

La idea inconsulta de construir un enorme puente colgante sobre el Canal de Chacao, uniendo la Isla Grande de Chiloé con el continente, es manifestación de este fenómeno.

Cuando en Pargua — poblado en la ribera norte del canal, del lado continental — el ex Presidente Lagos presentó una maqueta de aquel proyecto, señaló su construcción como una condición necesaria para la integración. Sin embargo, en un archipiélago con tantas necesidades en infraestructura, salud y educación, el megaproyecto parecía tan innecesario como impertinente.

Su evidente inviabilidad dio nacimiento años más tarde al denominado Plan Chiloé, prometiendo una serie de medidas medianamente dirigidas a las reales necesidades de los chilotes. Para pesar nuestro, ello no acabó con la obsesión de levantar el cuestionado puente y hoy está en marcha el plan para construirlo, pese a la aversión que genera entre los propios habitantes del Archipiélago de Chiloé.

Este rechazo se ve motivado, de manera adicional, por la sospecha de que el proyecto se relaciona con las más de 100 concesiones mineras entregadas en la isla grande. Con todo — y quizá en razón de ello — hay un decidido empeño político por concretar la construcción del famoso puente.

En Italia, ensoñación semejante tuvo cancha en la promesa de construir un enorme puente colgante entre Messina, en la isla de Sicilia, y Calabria. Larga data tiene la idea de conectar ambos puntos, pues en 1870 al ingeniero Carlo Navone le asistió la creatividad de proponer un túnel submarino para cumplir con este propósito.

El dictador Benito Mussolini tomó la idea de colgar allí un puente justo antes de colgar él mismo del cogote en plena plaza (por obra y gracia del pueblo italiano y de partisanos antifascistas).

Para 1950, un ingeniero norteamericano hablaba acerca de la factibilidad de construir un puente que uniera la bota con la isla de Sicilia. Estamos hablando — para hacerte una idea — de 3 kilómetros atravesando el Estrecho de Messina (misma longitud del canal que va entre Pargua y Chacao).

Las cosas se pusieron ridículamente serias de la mano del empresario y político Silvio Berlusconi. El chabacano multimillonario de ultraderecha comprometió oficialmente construir un puente entre Calabria y Sicilia durante su primer mandato como Presidente del Consejo de Ministros (1994) y más concretamente en su segundo ascenso al poder (2001 - 2006). El inicio de las obras estaba programado para 2005 y la operatividad del puente para 2011. La licitación fue adjudicada con algo de retraso a la empresa Impregilo (en 2008) y el puntapié inicial anunciado por el propio Berlusconi, embestido por tercera vez como jefe de gobierno (cargo que ejerció entre 2008 y 2011).

El magnate, amante de las fiestas con menores de edad, no tuvo grandes argumentos para impulsar el megaproyecto, siendo el más recordado aquel que elaboró en torno a la idea de un joven amante de Messina. Dijo Berlusconi: “Si un hombre de Messina está enamorado de una mujer de Calabria, puede ir a visitarla incluso a las 4 de la mañana sin tener que esperar el transbordador” (se ve que tenía argumentos de estadista).

La dimensión total del puente era de 5.070 metros, con un tablero de 3.300 metros de largo y 70 metros de ancho (cuatro vías para autos y dos vías ferroviarias). Sus pilares tendrían un alto de 382,6 metros.

El cuento finalmente iba más o menos así: Impregilo, empresa número uno de las obras públicas en Italia, tendría un 45% de participación; mientras que el resto correspondería a los grupos Sacyr S.A. (18,7%) Società Italiana Condotte d'Acqua (15%); Cooperativa CMC (13%); Ishikawajma-Harima Heavy Industries Co. (6,3%) y el Aci Consorzio Stabile du groupe Gavio (2%). El consorcio estaba asistido por los bancos Banca Intesa, Carige y Banco Popolare y dícese que la familia Rizzuto (familia mafiosa siciliana establecida en Québec) logró también algunos contratos. En definitiva, estamos hablando de pesos pesados.

Pero el 27 de octubre de 2011 — y antes de que siquiera una sola piedra fuera puesta en el tramo señalado — el Congreso votó una enmienda que quitó el financiamiento a esta iniciativa que costaba a todos los italianos unos 8 mil millones de euros en plena crisis. Ya ni la Unión Europea avalaba esta vaina pese a su entusiasmo inicial. El periódico francés Le Monde tituló: “el amante de Messina tendrá que esperar”.

¿Qué pasó? Desde luego, nada personal contra el imaginario amante de Messina ni contra nuestra amiga de Calabria. El asunto es que, además de costosa, la idea era sencillamente ridícula.

Los ecologistas alertaban sobre el riesgo ambiental mientras otros tantos sugerían que las mafias de Sicilia estaban detrás del negocio. Adicionalmente, la prioridad sobre este proyecto era duramente cuestionada en una isla donde la infraestructura era tan deficitaria que incluso algunas zonas carecen hasta el día de hoy de agua potable.

El famoso puente tenía, de un lado, a unos 500 millones de europeos, además de empresas poderosas que rugen como mil demonios. ¿Del otro? Poco más de 4 ó 5 millones de sicilianos. Italia y la propia isla de Sicilia dijeron NO al puente.

Aunque un tal Matteo Renzi ha vuelto a instalar la idea, no es más que el caballito de batalla de políticos desesperados en circunstancias difíciles. A veces los puentes se caen… y eso sucede muchas veces incluso antes de que comiencen a levantarse.

 
 
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